lunes, 7 de octubre de 2013

Problemas de la vista

Problemas de la vista: Cómo detectar la miopía en los niños


Cómo detectar la miopía en los niños

Los más peques no saben si ven bien o no, por eso debemos estar atentos a los síntomas de la miopía o de cualquier otro problema de la vista.
  
Los síntomas de baja agudeza visual no son específicos de la miopía, pero muchos niños miopes pueden tener algunos de ellos: retraso escolar, estrabismo, dolor de cabeza... Las personas miopes, además, suelen echar la cabeza hacia delante y achinar los ojos para mirar.
A María nunca la encontrabas viendo la tele. “¿No quieres que te ponga dibujos?”, le preguntaba su madre extrañada. La respuesta siempre era “no, no me gustan”. Sara había sido testigo de otras rarezas de su hija, como que no le gustara el chocolate o las gominolas, pero que no le gustaran los dibujos animados, fueran del tipo que fueran, estaba fuera de lo normal. La llevó al pediatra y este la derivó al oculista, que le hizo una revisión a fondo. Diagnóstico: miopía.

Síntomas

No existe una edad establecida para empezar a ser miope, un defecto de la visión que hace que quien la padece vea mal de lejos. En los más pequeños, pasa desapercibida porque el medio en el que se relacionan es el entorno más cercano: tienen los juguetes muy cerca, al igual que los amiguitos en el parque. La doctora Belén Gutiérrez Partida, oftalmóloga adjunta del Servicio de Oftalmología Infantil del Hospital Niño Jesús, aclara que “los síntomas de baja agudeza visual no son específicos de la miopía”, pero explica cuáles serían los más frecuentes:
  • Se queja porque no ve la pizarra. En algunos casos son los propios niños quienes piden ponerse más cerca; en otros, simplemente dicen no ver. Quizá ya eran miopes, pero es cuando empiezan la vida escolar, a los cinco o seis años, cuando se diagnostica. También es frecuente que aparezca al dar el estirón, entre los diez y doce años. Cuando ellos crecen, también lo hace la miopía.
  • Retraso escolar. Hay veces en las que el niño no es consciente de que tiene un problema de visión, no se queja y continúa el curso sin que nadie se dé cuenta de que no ve bien la pizarra. A ojos de los demás será un niño que “no se entera bien, le cuesta”. Pero es que ¡no ve lo que hay que hacer!
  • No reconoce a los padres a la salida del colegio. A esta edad salen corriendo, en grupo y casi a la vez. En pocos segundos cada niño va directo a la mano de sus padres, pero un niño miope tarda más que el resto en encontrarlos, va dubitativo. Es un claro síntoma de miopía: estira el cuello y echa la cabeza hacia delante para mirar.
  • Achina los ojos. Los entrecierra para intentar ver mejor. Es un gesto muy típico de las personas miopes, que les ayuda a enfocar más la visión.
  • El padre o madre es miope. La miopía es hereditaria. “En familias con defectos de graduación conocidos en los padres, sería recomendable una revisión antes de los cuatro años, aunque sean asintomáticos”, afirma la doctora Gutiérrez, especialmente si uno de los progenitores es miope magno (más de seis u ocho dioptrías).
  • Se frota los ojos a menudo o los guiña. Si lo hace de forma habitual es que algo pasa y convendría llevarle a revisión.
  • Está aislado. Podría ser por muchas causas, una de ellas que no ve bien, lo que le impide relacionarse con normalidad con el entorno.
  • Estrabismo. Hablamos del famoso ojo vago, más común con hipermetropía que con miopía.
  • Cefaleas. Son más habituales en hipermétropes, pero también se dan en niños miopes.

¿Debemos llevar al niño a urgencias?

Es importante saber por qué el niño ve mal. Se debe acudir al oftalmólogo y, mientras tanto, hacer vida normal. No le va a aumentar la miopía porque tarden dos meses en ponerle gafas. Estos son los únicos casos relacionados con la visión por los que hay que ir a urgencias:
  • Tiene algo blanco, como una manchita, que se observa a través de la pupila.
  • Un ojo parece más grande que otro.
  • En un ojo se distingue perfectamente el color y el otro está más blanquecino, parece que no está nítido.
  • Ha recibido un golpe fuerte en un ojo o en una zona muy cerca de las cuencas visuales.
  • Tuerce los ojos de forma repentina y nunca antes había torcido ninguno, ni siquiera un poco.

Falsos mitos sobre las gafas de los niños miopes

Con gafas, la miopía va a más. Esto es totalmente falso. El niño se acostumbra a las gafas, cierto, porque ve mejor con ellas, pero la miopía no le va a subir o bajar por el hecho de llevar gafas, sino por otros motivos.
Cuanta menos graduación, mejor. Se da el caso de padres que piden al óptico que ponga a su hijo un poquito menos de graduación en las gafas, pensando que será más beneficioso para el niño, porque así “no se acostumbra”. La oftalmóloga del Hospital Niño Jesús explica que en algunos casos, cuando el niño es muy pequeño, se le pone menos graduación de la real, pero si tiene diferencias de un ojo a otro es muy importante ponerle toda. “Y en cualquier caso, siempre hay que hacer lo que recomiende el oftalmólogo pediátrico”, añade.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Celos entre hermanos

Compiten por todo: por el cariño de mamá o por quién tiene más patatas fritas. ¿Por qué se genera tanta rivalidad entre hermanos? Te damos algunos consejos para actuar cuando tus hijos se pelean.

“¡Quiero irme con otra familia!”, grita Pablo al borde de las lágrimas. Tiene cuatro años y siente un intenso odio hacia Javi, su hermano de tres años, un odio más o menos del mismo tamaño que el amor que experimenta cuando juegan en la bañera a los piratas. Mamá se ha puesto de su parte, como siempre, y le gustaría que Javi se muriera. Sus pensamientos le asustan y se siente fatal. Marcharse a otra casa es quizá la única forma de librarse de esa horrible sensación. Y de castigar a mamá, claro.
Su madre lo vive de otra forma. Solo sabe que cualquier tontería pone en marcha el mecanismo: si está sirviendo el helado, “él tiene más”; si dedica a uno palabras de reconocimiento, “a mí no me quieres”; si le ata los cordones al primero, “¿y yo qué?”. El intercambio verbal es lo de menos. Cada día se pelean más y se pegan con más ganas, está claro que su forma de mediar no funciona, al revés. ¿Por qué ocurre y cómo encauzar la rivalidad entre hermanos? ¿Qué errores cometemos a la hora de afrontarla?
La rivalidad entre nuestros hijos existe porque existimos nosotros, los padres. Compiten desde que nacen por nuestro amor y por hacerse un lugar en la familia. Esta competencia es a veces más sutil y otras más abierta, depende del momento y de la edad. Mientras rivalizan por nuestro amor, aprenden muchas cosas.
A lo mejor no nos hemos dado cuenta de que somos parte de la ecuación, pero es así casi siempre: el fin oculto de muchas peleas es conseguir que nos decantemos o demos la razón a uno, quieren ser el favorito. Por eso nuestra respuesta es fundamental a la hora de llevar este asunto a buen puerto. Podemos reforzar su rivalidad o ayudarles a manejarla para aprender de ella. Por desgracia, la mayoría de las veces reforzamos la rivalidad sin darnos cuenta.
 

¿Qué no debemos hacer?

 

No funciona buscar al culpable

Aunque lo intentemos con ecuanimidad, es inútil. Si entramos en esa dinámica (“a ver, quién empezó, qué hiciste tú, y entonces tú cómo respondiste”), solo conseguiremos que ellos intensifiquen las peleas... ¡con la esperanza de ser elegidos inocentes!


No funciona tomar partido

Eso sí que es echar leña al fuego. Y una gran fuente de injusticias. Porque, además, en el fondo jamás sabremos quién empezó o qué pasó. A lo mejor quien llora es el pequeño, pero quizá empezó provocando con un gesto sutil, sabedor de que cuando grita acudimos y regañamos a su hermano. O al revés. A lo mejor el mayor provocó al pequeño con serenas y calculadas palabras (“no jugaré jamás contigo”), y este, que aún no se sabe controlar, le ha pegado. “¡Mamá, me ha pegado!”, gimotea el mayor, que en realidad no es tan mayor.
Para que los niños abandonen la senda de generar situaciones problemáticas, no hemos de decantarnos, ni participar. “Si los padres intentan averiguar quién ha tenido la culpa o no permiten que sus hijos aprendan a resolver sus propios conflictos, las peleas, en lugar de remitir, se intensificarán”, afirma el pediatra Berry Brazelton en su libro “Cómo atenuar la rivalidad entre hermanos” (editorial Medici).
 

No funciona negar o inhibir la agresividad

Venga, haced las paces", dice a menudo la madre de Pablo y Javi, sin querer saber más. Nuestra cultura reprime la agresividad. Pero eso solo la alimenta.
 

¿Cómo actuar durante la pelea?

No podemos desaparecer para que no se peleen, ni dividirnos, ni siquiera podemos ni debemos tratarlos exactamente igual, porque son diferentes. Pero podemos responder a su rivalidad de forma que su conflicto les sirva para crecer y aprender. ¿Cómo? Brazelton ofrece algunas claves:

 

Cálmate

Porque esta situación puede despertar, a su vez, toda nuestra agresividad. Y si respondemos con agresividad da igual el contenido del discurso, solo avivamos el fuego.

 

Separa a los niños

Hace falta cierta distancia, física y emocional, para afrontar la situación.

 

Siéntate con ellos

En una actitud no de juez, sino de observador, sin tomar partido por ninguno de ellos ni intentar encontrar culpables.
 

Muestra comprensión hacia ambos

Y aliéntalos para que cada uno asuma su parte de responsabilidad en el conflicto. Eso es lo que les ayudará a madurar. Por ejemplo, cuando acudimos al cuarto del mayor, vemos al pequeño llorando y al grande abrazando su juguete. “No me deja jugar, siempre quiere mis juguetes”, dice el mayor. ¿Cómo mostrar comprensión y dejarles hacerse cargo de la situación?
Al mayor podríamos decirle: “Sé que es duro querer jugar solo y que no te dejen; a lo mejor podrías marcharte en lugar de pegar”. O mejor: “¿Qué podrías haber hecho en lugar de pegar a tu hermano?”. Y al pequeño: “Comprendo que te mueres por jugar con tu hermano, pero si dice que no, debes hacerle caso”. Podemos actuar de muchas formas, pero siempre ayudándoles a encontrar la responsabilidad de cada uno en el conflicto. Sería mejor si verbalizaran su responsabilidad. Quizá es mejor que al principio lo hagamos nosotros y después ellos.
 

Casos especiales

Hay situaciones que requieren que prestemos más tiempo y atención a un hijo que a otro. Ocurre, por ejemplo, cuando uno de ellos está enfermo, y no nos damos cuenta de que el otro sigue teniendo necesidades. Integrar es siempre la mejor solución: integrar al hermano enfermo en la vida familiar y al sano en los cuidados de su hermano. También es importante buscar momentos diarios significativos y de exclusividad con el hermano al que dedicamos menos atención.
Hay una premisa que subyace en cualquier situación de rivalidad: no hay suficiente para todos. Es un prejuicio, un valor neolítico sobre el que aún se sustenta nuestra sociedad, según el antropólogo José Antonio de Marco. Por eso, transmitirles que hay suficiente amor para todos hará la rivalidad más llevadera. Lo transmitimos evitando compararlos o tomar partido por uno u otro, atendiendo a cada uno en sus necesidades, mostrando que les aceptamos en sus diferencias.