lunes, 17 de junio de 2013

Su autoestima necesita los elogios de mamá y papá
 
Los niños de tres años tienen muchos motivos para sentirse orgullosos porque sus progresos son rápidos e incesantes. Quieren demostrar todo lo que saben hacer bien. Dejar que hagan las cosas solos, que superen los retos sin la ayuda de sus padres, acrecienta su autoestima.
 
A los tres años los niños poseen ya mucho más control que el año anterior sobre su cuerpo y sus movimientos son más eficaces. Pueden subir y bajar escaleras con velocidad, caminar hacia atrás, correr, girar y hasta montar en triciclo. Y a medida que van pasando los meses, su agilidad y sus posibilidades no hacen sino aumentar y aumentar.

Un gran desarrollo personal

·                               Saben que hacen gracia y les gusta hacerse los graciosos. Y como están en plena etapa imaginativa y la distinción entre realidad y fantasía no les preocupa demasiado, hasta se llegan a inventar hazañas y batallitas para ver si nos dejan con la boca abierta.
·                               Están sentando las bases de su idea sobre sí mismos, y también de su autovaloración ( autoestima). Ahora empiezan a tener una elemental noción de causa-efecto, con lo que comienzan a atribuirse personalmente los resultados de sus intentos.
·                               Sienten una poderosa motivación por investigar eficazmente lo que les rodea: la curiosidad, el juego, la exploración y sentirse cada vez más competentes. Estos impulsos son innatos y constituyen un valioso equipo que nos dota, a medida que crecemos, para el progreso personal y social, para proponernos metas, objetivos, logros y esforzarnos en su consecución.

¿Cómo deben actuar los padres?

·                               No hay que ridiculizar al niño ni burlarnos de sus alardes e inocentes fanfarronadas. Si actuamos así, estaremos sembrando las semillas de la vergüenza, del temor al ridículo, y ese es uno de los sentimientos más nefastos y paralizantes, que puede convertirse en un rasgo permanente del carácter y arrastrarse de por vida.
·                               Los niños necesitan recibir alabanzas abundantes e incondicionales, independientemente de que los resultados de sus esfuerzos sean exitosos o no. Si les falta ese apoyo, la sombra de la duda y los sentimientos de inferioridad e insuficiencia pueden echar ahora inoportunas raíces difíciles de eliminar.
·                               Tienen un optimismo inquebrantable, una confianza en sus posibilidades inasequible al desaliento, y es bueno que sea así. Influye en ello el egocentrismo propio de esta edad, que no distingue entre la realidad y el deseo. Es necesario el aliento incondicional de los adultos que a los pequeños les hace sentirse un poco supermanes y supermujeres.
·                               Hay que mostrarse asombrados e impresionados por sus hazañas. Si les decimos lo orgullosos que estamos de ellos, encontrarán un gran placer en seguir superándose a sí mismos.
·                               No hay que corregir su fantasía y su lógica infantil con nuestra aplastante lógica de adultos. Si un niño nos dice: «Y entonces yo le pude al león», no se va a hundir el mundo porque le respondamos con un condescendiente: «Jopé, hay que ver qué tío».
·                               Tampoco hay que impulsar a los niños a vivir permanente en la fantasía. Cuando admitimos que nuestro hijo ha vencido al león, será bueno que incluyamos un tono de cierta complicidad, que le indique que en el fondo sabemos que, tanto para él como para nosotros, se trata de una especie de juego. Sin que esto quiera decir que debamos ser burlones ni sarcásticos.
·                               Debemos pasar tiempo con los niños, conversando y respondiendo a las preguntas que les vayan surgiendo, con lo que les estaremos sirviendo de puente hacia el mundo real. Pero sin prisa, porque la fantasía alcanza en estos años su punto culminante y está bien que sea así.

¿Cómo desarrollar una sana autoestima?

·                               Es más importante elogiar su esfuerzo que su habilidad, aunque los resultados de sus esfuerzos no sean del todo brillantes. El que intenten hacer cosas por ellos mismos debe ser ya suficiente para mostrarles nuestra admiración. Evitemos, además, ridiculizarles ante el fracaso.
·                               Organicemos las cosas de modo que el niño no coseche un exceso de fracasos. Cometer fallos de forma repetida es desmotivante, también para los niños. Hagamos que los éxitos sean algo más numerosos que los fracasos.
·                               Aprobar y elogiar incondicionalmente a nuestros hijos no quiere decir consentírselo todo. Un niño que no encuentra límites ni normas se convertirá en un tirano y un inadaptado. Estimular no tiene nada que ver con malcriar. Es necesario ejercer la autoridad.

martes, 11 de junio de 2013

 Por qué tu hijo no sabe o no quiere jugar solo

Cuando el niño nos reclama para todo, nos planteamos ¿es que no es capaz de jugar con sus muñecos o construir una torre sin ayuda?

El juego en solitario (o individual) no es malo para los niños. Jugar solos, a partir de los dos años, les permite divertirse y explorar diferentes formas de estar sin la intervención constante de un adulto, cosa que muy positiva par su desarrollo.

Por ejemplo, el juego individual les permite equivocarse y que no pase nada (no sentirse juzgados en el desempeño). También les permite tomar sus propias decisiones, experimentar con voces o movimientos que delante de nosotros quizá no se atrevan a hacer: poner cara raras frente a un espejo, decir alguna palabrota… Pero no solo es eso: también estimula la creatividad y el juego simbólico, ya que al pequeño no le quedará más remedio que investir de “vida” a sus muñecos para que le acompañen en sus aventuras.

Por eso, ante la pregunta: “¿Pero sabe mi niño jugar solo?”, la respuesta es sí. Pero la cuestión es que muchas veces los adultos confundimos “jugar solos” con “estar solos” porque lo que en realidad necesitamos es tiempo para nosotros. Así, acabamos transmitiéndoles una idea errónea sobre lo que es el juego individual (que no tiene por qué significar estar solo en su habitación), consiguiendo justo lo contrario a lo que pretendíamos: que nuestros hijos aborrezcan la idea de jugar solos porque sienten que no les vamos a hacer ni caso. Entonces, con este panorama, ¿cómo debemos actuar?

El niño necesita jugar solo

Si deseamos que nuestro hijo de dos o tres años vaya aprendiendo a jugar solo, hay varias formas de ayudarle. Podemos alternar momentos de participación de los padres con otros de acompañamiento sin intervención, para que pueda experimentar la sensación de tomar decisiones. Si insiste en que hagamos las cosas por él, podemos decirle que no sabemos y pedirle que nos enseñe él.

En vez de intervenir en el mismo juego, intentemos realizar un juego en paralelo: por ejemplo, mientras él hace su torre, nosotros la nuestra.

A esta edad, todavía es normal que no tengan demasiada “iniciativa” y necesiten de nuestra guía para proponerles juegos distintos. Un consejo: escoger tres o cuatro juguetes diferentes y cambiarlos según disminuya su interés.

A medida que se vaya desenvolviendo bien con algún juego sin nuestra intervención, podemos realizar alguna actividad como leer o hacer algo de casa (en la misma estancia o entrando y saliendo de la suya cada poco para interesarnos por lo que hace). Es importante atenderle siempre que lo necesite. Si nos reclama a menudo es que estamos “forzando” demasiado nuestra ausencia.

La zona de juego

Aunque no queramos convertir nuestro hogar en un “territorio comanche”, alguna concesión (aunque sea temporal) hay que hacer. Una alfombra pequeña y ligera y una caja, llena de juguetes, fácil de transportar son los únicos elementos que necesitamos para improvisar una zona de juego en casi cualquier rincón de la casa. Así, cuando no podamos jugar con ellos (porque tenemos que contestar correos, ducharnos o preparar la comida), lo que sí podemos hacer es proponerles que jueguen a nuestro lado allí donde estemos (sin salirse de la alfombra, eso sí). Jugar no jugaremos, pero al menos les podemos ofrecer estar a su lado.

Jugar a todas horas

Una de las razones para reclamarnos durante el juego puede ser que quizá ese es el único momento del día en el que tienen nuestra atención completa. Y es que, aunque sintamos que les prestamos muchísimo interés, para los niños la atención “plena” o “de calidad” es aquella en la que sus padres participan en su mundo emocional y sus actividades (y no a la inversa). Así, incrementar el carácter lúdico de nuestras actividades diarias (cantar en el autobús, contar coches de color amarillo mientras paseamos, buscar juntos las llaves en el bolso…) representará más tiempo de juego en común.

Darle tareas

Otra opción, que está a medio camino entre jugar solos y jugar con nosotros, es involucrarlos en nuestras actividades como si fueran un juego: meter la ropa sucia en la lavadora (nombrando las prenda y preguntando cómo se llaman las que no sepa), apilar libros o revistas mientras trabajamos o leemos la prensa, ordenar los recipientes de plástico de la cocina (metiendo los pequeños dentro de los grandes)…